Escultor, escritor, ilustrador y creador de artes
auditivas, Juan Muñoz Torregrosa el “poeta del espacio” nació en Madrid, en
1953 en el seno de una familia numerosa y bien asentada.
En la década de los setenta, durante el régimen
franquista, el joven Muñoz decide viajar a Londres donde estudia en el Croydon
College y después en la Central School of Art and Design. Tras conocer a su
futura esposa, la escultora española Cristina Iglesias, a la edad de 29 años
gana la beca Fulbright con la que pudo viajar a Nueva York para estudiar en el
prestigioso Pratt Institute, el centro de estudios privado de arquitectura,
diseño interior y diseño industrial fundado en 1887.
Muñoz empieza a romper con los conceptos
tradicionales de la escultura, a través de la introducción de un elemento
narrativo en sus instalaciones. Sus figuras humanas son algo inferiores al
tamaño real e interactúan entre sí en el espacio expositivo, creando una
secuencia viva, dinámica, en la que el espectador puede participar y sentirse
involucrado. Al mismo tiempo, el escultor juega con la ausencia de
individualidad en sus figuras, ya que su monocromatismo les hace perder sus
rasgos de personalidad hasta crear una sensación incómoda e inquietante en el
espectador.
Juan Muñoz seguirá su exploración psicológica de la
persona, el espacio y la relación espectador-obra en centenares de obras
artísticas posteriores, principalmente escultóricas pero también pasando por
otras disciplinas: ensayos-ficción literarios, obras sonoras, piezas
radiofónicas e ilustraciones a mano. En 2001 realiza su serie emblemática
Conversation Piece, en la que aborda los temas del silencio, la teatralidad, la
interacción y la (in)comunicación a través de cinco figuras humanas realizadas
en bronce: bases redondas (incapacidad de moverse, trasladarse) y rostros
vacíos, inexpresivos, contrastados con sus gestos vivos y cinéticos. La
instalación crea un espacio teatral cargado de drama, narrativa y psicología —
nos preguntamos qué relación tienen las figuras entre sí, qué es lo que
quieren, pero no pueden, contarse, y cuál es nuestro rol como espectadores en
este juego (in)comunicativo.
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